19 feb 2014

El hombre y la mujer en el romanticismo y el mito del amor sublime

L'amour impossible. L'amour sublime. Tal vez si no hemos sido capaces de experimentarlo alguna vez, probablemente sí tengamos idea de lo que significan. Sobre esto giraba al rededor la vida de muchos hombres y mujeres de principios del siglo XIX. La atracción física durante toda la historia de la humanidad ha influido en la manera como nos enamoramos de otros, el Romanticismo no fue la excepción.


Ayer explicaba grosso modo las bases del Romanticismo, y bien decía que no solo se limita a ser una corriente artística, también es una cosmogonía que habría de adoptarse. En esta ocasión quisiera abordar el tema del cánon de belleza para luego seguir con el tema del amor.

Un cánon de belleza es adoptado en determinada época, situación geográfica y cultural, y por supuesto, es reflejo de la sociedad que lo crea. Antes de la aparición del Romanticismo en Europa, el frívolo siglo XVIII impuso la moda de la perfección bajo las pelucas grises, los cuellos perfumados y los coquetos lunares en el rostro (como una medida estética para ocultar las marcas de la sífilis, enfermedad del siglo). Con la revolución ideológica y artística que desbancó a la cortesanía dieciochesca fue natural que los cánones fuesen cambiados tanto para hombres como mujeres. 

Autorretrato del pintor Juan Cordero,
1847.
Los hombres dejaron atrás los culottes (prenda empleada sobre todo por la nobleza) para empezar a utilizar pantalones y trajes que reflejaran la riqueza ascendente de las clases burguesas. Un hombre romántico "guapo" podía hallarse en aquel que llevase el nuevo estilo: el peinado "a la furia" (los bucles revueltos y libres) o de lado, sombrero de copa y su traje que, a diferencia de las "modas viejas" imponía ahora los colores oscuros, pasionales, como el púrpura, el rojo burdeos o el negro. El romántico podía ser el prototipo del hombre preso de sus pasiones o del elegante dandy.

En el caso de las mujeres, el asunto se tornaba aún más complejo. Desde tiempos medievales la tez pálida predominó en Europa por ser considerada un signo de nobleza, pues los nobles no se asoleaban en el campo junto con los siervos. En el Romanticismo las mujeres llevaron al extremo esta cualidad, pues con la aparición de la tuberculosis como pandemia del siglo, e incurable para entonces, se hizo hincapié en que la belleza de la mujer, además de su palidez, radicaba en parecer (y o padecer) tuberculosa. De esta forma, la mujer romántica "guapa" era aquella de tez casi transparente, semblante enfermizo (para lo que se recurría desde ingerir arsénico hasta maquillarse con pigmentos verdes para obtener el deseado color), ojeras marcadas y prominentes (signo de que la enfermedad, y la enfermedad del amor no permitían a la dama conciliar el sueño), mejillas ruborizadas (a causa de las fiebres), languidez y una delgadez casi esquelética (que la transformaba en un ser frágil). A propósito del ballet, este sigue los cánones románticos para la mujer, pues su surgimiento nace con la idea de que la mujer es un ser tan delicado y etéreo que puede sostenerse en las puntas de sus pies.

Retrato de Marie Duplessis
"la dama de las camelias", 1847.
Cabe resaltar que la moda de verse tuberculoso aplicaba tanto en hombres como mujeres, y no solo eso. El Romanticismo mira la enfermedad romántica como una liberación, pues la persona al ir muriendo tiene la necesidad de volverse espiritual, pues el alma es lo único que sobrevive a la muerte. Esto llevó a que muchos, si bien no habían contraído aún la enfermedad, se abandonaban hasta conseguirlo. La tuberculosis y los suicidios (también a causa de los ideales románticos) son dos de las causas principales de muerte en la población joven de la época.

El vínculo de estos dos estereotipos de belleza, definidos en sus roles específicos llevó a elevar al amor a una condición especial, superlativa e inigualable en los sentimientos románticos. 

El hombre sensible dedicaba su vida al amor de esencialmente tres cosas: el amor a la mujer delicada, angelical y etérea; el amor a su entorno natural, a su libertad en él; y por último, y no menos importante, el amor a su patria. Estos tres principios del amor romántico explican de alguna forma el surgimiento de muchos nacionalismos llamados románticos, donde los combatientes en su mayoría eran hombres jóvenes motivados por esta exaltación.

Las mujeres por su parte, debían estar confinadas a un amor de sufrimiento. Si el amor no se sufre, no duele, no mata, no es amor. Por ello, si la doncella encuentra el amor en un imposible, tanto mejor. Su delicadeza y estado moribundo garantizarán la pureza de su cuerpo y sus intenciones, y la llevarán a amar con fuerza.


Uno de los mitos de amor más conocidos del Romanticismo es el de "La Dama de las Camelias", que es gracias al escritor francés Alejandro Dumas a quien debemos el mérito. La historia de esta mujer, que está basada en una verdadera dama cortesana que murió de la enfermedad romántica, es el pináculo del amor con las características que ya mencioné arriba. Y a partir de entonces, aunque no lo creamos, el mito del amor romántico nos ha sido implantado en el pensamiento occidental de una forma tan profunda, que muchos de nosotros, aún sin saberlo, suspiramos y dejamos rodar las lágrimas con las películas actuales y aspiramos a una historia de amor perfecta e inolvidable, entre otras cosas. Es gracias a los románticos que creemos que aquel órgano de nuestro cuerpo llamado corazón es el que alberga los sentimientos. Es incluso gracias a ellos la imagen abstracta del corazón que se pinta, dibuja y percibe por todos lados.

Pero esa es otra historia.

El día de mañana, ya que tocamos la muerte, abordaré un poco el tema de la concepción romántica de la muerte y el suicidio. No dejen de seguirnos en esta Semana de Romanticismo. 

Estefanía Arellano @fania_arellano
Para P.