
Quienes hemos
alguna vez caminado por el Castillo y sus boscosos alrededores hemos sentido el
aire nostálgico que nos evoca, inerte, como si preservase un trozo de tiempo
estancado a nuestra presencia, sutilmente, tendiéndonos la mano hacia el dulce recuerdo
de una tarde porfiriana, un alegre paseo en carruaje en el segundo imperio, o
tal vez, hacia la imagen de dos caballeros batiéndose en duelo al amanecer.
También suele
atraparnos de vez...